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julio 16, 2010

Travesía Almerimar – Seco de Palos

© OCEANA / Pitu Rovirosa

 

La jornada de hoy ha comenzado con los preparativos para la travesía: compras de último minuto, liquidar las facturas, devolver las llaves de aseos y duchas, darse la última ducha normal en siete días 🙂

El plan para la semana que viene es trabajar con el ROV en Seco de Palos, 30 millas al este del Cabo de Palos. Tardaremos 20 horas en llegar desde Almerimar hasta nuestro lugar de destino, de modo que partimos a las 11.00 h en punto para llegar mañana a las 7.00 h y empezar a trabajar con las primeras luces.

Cuando salimos del puerto, el mar estaba tan liso como un espejo y empezaba a formarse un poco de niebla. Aunque el sol no brillaba en el cielo, hacía calor, mucho calor durante todo el día, y nada de viento. En realidad, cuando reducíamos un poco la marcha, soplaba un poco de viento de popa, pero a la velocidad crucero normal del Ranger, no se notaba nada de viento.

Durante los días y noches de travesía, la tripulación hace guardia durante turnos de tres horas cada doce horas. Mario y yo estuvimos de guardia desde las 3 hasta las 6. Con niebla, es importante vigilar el radar y otros equipos, como el AIS (el sistema de identificación automática) para controlar los barcos que navegan cerca de nosotros. También tenemos que estar atentos y vigilar con unos prismáticos en busca de barcos que no tengan este equipo y que, por lo tanto, no aparecen en el nuestro.

Además de vigilar otros barcos, siempre intentamos observar cualquier actividad animal que podamos encontrar. Pero no vimos nada en todo el día, ningún pez luna, ni siquiera un pez volador. El turno de guardia vespertino fue muy tranquilo y lo único de lo que tuvimos que preocuparnos fue del sol, que regresó con fuerza y tuvimos que sacar partido de la sombra y del menor atisbo de brisa.

Después de la guardia, nos guarecimos lo antes posible, pero en mi camarote hacía tanto calor que terminé viendo un documental con un portátil en el comedor. Alrededor de las 20.00 h me tumbé en la red en la proa del catamarán. El sol a esta hora estaba bastante bajo y había perdido la mayor parte de su fuerza. A poco más de un metro sobre la superficie del agua que pasa entre los dos cascos del catamarán corría una brisca suave y fresca.

Durante 15 minutos fue el lugar más relajante… hasta que Silvia gritó «¡Ballenas piloto!» y todo el barco se convirtió en un frenesí. El cámara, el videógrafo, los biológos, los marineros y los buceadores… todos corrieron a proa para verlas. Por fin, después de un día sin ver absolutamente nada, conseguíamos ver ballenas.

¡Y vaya que si las vimos! Un grupo de cuatro se aproximó al barco, nos echó un vistazo y se alejó. Justo delante, a unos cien metros de distancia, había otro grupo de ballenas a la vista. Antes de que nos diéramos cuenta, los dos grupos se habían unido a un tercero y vinieron hacia nosotros. Y no solo vinieron, sino que se quedaron con nosotros, un total de 16 ballenas piloto. También había algunos delfines listados que simplemente pasaban por allí y decidieron unirse a la fiesta. Una de las ballenas piloto, un gran macho negro, medía más de cinco metros y entre ellas había un ballenato, todo gris y arrugado, además de otras cinco ballenas jóvenes.

Todas jugaban, retozaban y pasaban el tiempo perezosamente en la proa del barco. Se iban y volvían. En resumen, 40 minutos de auténtica emoción y asombro hasta que, con una serie de silbidos, las ballenas piloto llamaron a retirada. Un ballenato se acercó a despedirse, pero el grupo ya estaba en movimiento y no se detendría  por nada. Así que literalmente desaparecieron en el atardecer.

Todo el barco estaba agitado con la emoción, que duró hasta bastante después de la cena. Terminamos el día viendo las imágenes en el televisor de pantalla grande. Después me fui a mi camarote, ya que tenía otra guardia a las 3.00 h. Pero cuando un día termina como este, bien vale la pena todo el calor y el aburrimiento. Apenas puedo esperar a mañana.